Transporte a la infancia

El mismo joven llamó a otro joven, y ese otro joven llamó a otra joven, se formó un grupo para saber en qué fila ponerme (adultos siendo estúpidos con las infancias, qué novedad).

Con el tiempo, esto que tanto critican en las revoluciones del género y los feminismos, para mí se volvió una forma de apapachar a las personas que quiero y están cerca. Limpiar puede ser relajante ante el estrés. Y a mí me gusta, desde entonces, ser ama (y dueña) de casa. Porque, como dijera Pita Amor: “Yo soy mi casa”.

Así que sí, las mujeres, todas las mujeres, parimos y damos vida… porque somos vida.

por lo que su cabeza misma era una performance de peinado

Yo podía convertirme en el color que quisiera, como los pollitos que vendían en el mercado

En la actualidad solo puedo pensar que quién hubiera dicho que la Iglesia católica, vía ese padre y esas monjas, resultaría más inclusiva que el feminismo para tener entre el selecto grupo de niñas a quien no era una niña. Al menos no todavía. No visiblemente todavía…

Mi madre solo dijo que ese era el que yo había escogido y ni modo, si yo quería cargar flores, cargaría flores.

casi al oscurecer y cuando los zancudos comienzan a salir por parvadas hambrientas cual diminutos vampiros a consumir sangre.

Como si hubiera estado preparada para esto toda la vida, sin proponérmelo, solo de ver y convivir con la naturalización que el mundo ha hecho históricamente de los trabajos de cuidados de las mujeres, y en especial del ser mamá.

He sido muy dulcera desde pequeña y con ello hacía lo que, hoy sé, son trueques de economía feminista. Trabajos invisibilizados y no nombrados de mujeres en el espacio privado. Ellas me pedían que les ayudara con algo que no nombraban trabajo y me pagaban con algo que no era dinero. Todo se quedaba en complicidad femenina dentro de espacios cerrados, pero sin duda son trabajos, de los primeros eslabones en la cadena económica mundial.