Transporte a la infancia

El mismo joven llamó a otro joven, y ese otro joven llamó a otra joven, se formó un grupo para saber en qué fila ponerme (adultos siendo estúpidos con las infancias, qué novedad).

Con el tiempo, esto que tanto critican en las revoluciones del género y los feminismos, para mí se volvió una forma de apapachar a las personas que quiero y están cerca. Limpiar puede ser relajante ante el estrés. Y a mí me gusta, desde entonces, ser ama (y dueña) de casa. Porque, como dijera Pita Amor: “Yo soy mi casa”.

Así que sí, las mujeres, todas las mujeres, parimos y damos vida… porque somos vida.

Así que teníamos casa de cemento, a diferencia de la mayoría que tenía casas de cartón o lámina negra, de esa que olía mucho a petróleo y no era fácil de romper.

Rota por fuera, pero aún algo entera por dentro. Porque no tendría fuerza física, pero la fuerza emocional y la garra, esas han estado allí siempre, para sobrevivir… como sobreviven las trans.

Una prenda especial para alguien que no era igual que los otros niños, pero que a esa edad no sabía que eso podía llamarse especial. No diversa, no diferente, sino especial.

Lubia solo me hizo saber que nosotros, que gente como nosotros, los pobres, no podíamos, por pobres, aspirar a cosas de ricos.

con un nudo en la garganta. Entre un sabor a tristeza y a dulce helado de arroz,

Me dijo que yo no podía, ni ese día, ni nunca, participar en un desfile de carnaval, porque nosotros éramos pobres, y esa fiesta era para la gente guërita y rica. Que lo tenía que entender aunque eso me doliera en el alma o me pusiera triste.

observación antropológica, diría mi ex