La existencia del Diablo nunca se puso en tela de juicio. Tampoco se cuestionó nunca su capacidad para obrar cambios en la vida de la gente. Para los magistrados que presidieron los procesos judiciales, ver a un párroco caído y convertido en cabecilla de las brujas era la prueba evidente del formidable poder del Diablo, concedido por Dios, en la esfera de lo humano