Colgó un abrigo beige, que no le había visto antes, en la percha y preguntó: «Dígame, ¿qué ha pasado con su secretaria?»
«Por desgracia mi secretaria no va a poder venir durante algún tiempo.»
«Vaya. De modo que está solo, usted también.»
Ella sonrió cómplice, y yo mordí el anzuelo: «¿Luego está usted sola, Agathe?»
Se encogió de hombros, se sentó muy adentro del diván para tenderse mediante cuidadosos movimientos, como si se adaptase a una plantilla que solo ella pudiese ver.
«Lo estoy en cualquier caso. Hay algo solitario en el hecho de no vivir. Como si vieras que otros juegan mientras tú tienes la pierna rota.»
Dicha sensación la conocía más que de sobra, pero afortunadamente yo me hallaba sentado en la silla mientras ella yacía en el diván.