¿Alguna vez has sentido que no puedes más? ¿Has tenido la sensación de que todo el mundo se cierra sobre ti como un caparazón que, al final del día, te arrastra hacia la oscuridad sin ni siquiera avisar? ¿Has tenido tantos remordimientos que te ha dolido hasta el corazón? ¿Has sentido que perdías tu alma y que, por un momento, no formabas parte de este mundo? ¿Te has enfadado por algo sin motivo y has reaccionado con un escudo lanzallamas? ¿Has deseado salir corriendo de una situación en la que no querías estar porque tenías miedo? ¿Te ha ocurrido que, aunque intentases mantener los ojos abiertos para no hundirte en un agujero negro, estos se te cerraban, traicionándote, como si quisieran robarte hasta el último aliento? ¿Has tenido la sensación de que unas fuertes olas te arrastran hacia las profundidades del mar, donde ya ni siquiera te esfuerzas por luchar porque no te queda energía? Entonces, tan solo te dejas llevar. El pecho se te hincha tanto que parece que los pulmones te van a reventar, dejando salir toda la bondad que queda en tu interior y, aunque te duele, sigues aguantando la respiración porque es lo que harían las personas buenas. Pero sabes que no puedes serlo porque no está en tu naturaleza. Y, entonces, aceptas que esa fuerza te pertenece y que, si la destruyes, te matas.