De todos los grandes cuerpos redondos, a la humanidad sin cubiertas sólo puede importarle algo en el futuro su propio planeta. Los navegantes que dan la vuelta al mundo, los cartógrafos, los conquistadores, los comerciantes que recorren el mundo, incluso los misioneros cristianos y toda su retaguardia de colaboradores pro desarrollo, gentes que exportan buena voluntad, y de turistas que gastan dinero en experiencias por escenarios lejanos: todos ellos, vistos en su conjunto, se comportan como si hubieran comprendido que es la Tierra misma la que, tras la destrucción del cielo, tenía que asumir su función como última bóveda.