Tristes sombras

nuestros enfermos son viciosos, desviados, imbéciles,

No cualquiera se vuelve loco, esas cosas hay que merecerlas, se dijo.

—¡Muchachos! «La locura, a veces, no es otra cosa que la razón presentada bajo diferente forma».

En ese momento ambos escucharon una frase solitaria avanzar por los pasillos: «No hay loco de quien algo no pueda aprender el cuerdo»

—Ay, mija, si vamos a caber en el infierno, ¿cómo no vamos a caber aquí? No hay de otra.

Reconoció de inmediato al médico Velasco, para quien «el accidente de la locura», como le gustaba llamarlo, no era más que eso: percances momentáneos que afectaban a la razón en ciertas circunstancias, como la que acababa de experimentar el colérico anciano.

Recordó cuando se rascaba pústulas inexistentes y pensó que cada quien tenía sus necedades.

Al bajar en la calle indicada en el sobre, recordó una de las frases de Velasco que se grabó a fuego en su memoria: «La locura es relativa. Depende de quién tiene a quién encerrado en qué jaula».

quería sentirse enfermo, contagiado, ser parte de lo que habitaba.

No son meros enfermos ni despojos, debería recordar que «la ciencia no nos ha enseñado aún si la locura es o no lo más sublime de la inteligencia»…