Éramos dos, a veces tenía que recordármelo: dos, unidas por un pie plano, el hueso de una cadera, un antiguo accidente. Y aunque corría por nosotras una misma tibieza, yo, junto a ella, me quedaba fría, me sentía sola, muy sola y extenuada por el peso mortal de su narcolepsia y el estrépito nocturno de su nariz.