Sonrió ambiguamente cuando arrancamos la tela y vimos aparecer una enorme lengua entre sus labios, una lengua oscura, una lengua gorda que nos dejó un instante atónitas. Se iba levantando hacia nosotras, esa lengua lampiña. Lanzamos lejos las hojas de afeitar y nos inclinamos a besarla y nos besamos con asco, con ansias, con furiosa avidez.