Somos más frágiles, porque nos han vendido que hay que extirpar todo lo tóxico de nuestras vidas, volviéndolas así más superficiales, insustanciales, virtuales. Vidas anestesiadas con un filtro color pastel de Instagram. Nos han reducido a la religión del selfie, a la industria del Yo frente al cuidado común, a esa necesidad de producir singularidades por encima de lo colectivo.