Jamás había experimentado un sufrimiento tan intenso, ni había sentido un dolor tan profundo. Cuando vendía mi cuerpo a los hombres, el dolor era mucho menor. Era un dolor más imaginario que real. Cuando era prostituta no era yo misma, mis sentimientos no brotaban de mi interior. En realidad, no eran míos. Nada podía lastimarme de verdad, ni hacerme sufrir como sufrí entonces. Jamás me había sentido tan humillada como en aquella ocasión