La pornografía se ha apoderado de nuestra sexualidad y ha colonizado el imaginario erótico. Contamina lo que toca en cualquier cultura y atraviesa iconografías. Hoy se vende como expresión de rebeldía contra la moral conservadora. Se promociona en nombre de las libertades y, sin embargo, no lleva a ninguna revolución libertaria o colectiva. Nuestras vidas se pornifican porque nuestra productividad no se ve afectada. El ciudadano ha incorporado como derecho la explotación sin moderación de su erotismo, sus fantasías y hasta de la intimidad ajena.La educación sexual de los adolescentes también pasa por el porno, gratuito, variado y disponible veinticuatro horas al día a través de la red gracias a unos algoritmos que definen su sexualidad y les ofrecen más (de lo mismo). Entretanto, la cifra de negocio de la industria del entretenimiento y el placer aumenta sin cesar. ¿Qué esconde el agujero negro del porno? ¿Qué egos dilata? ¿Será verdad que queremos mostrar el nuestro para no quedar fuera de la escena? ¿Grabarse practicando sexo explícito es una forma voluntaria de obtener “impacto” o es un imperativo en la sociedad de consumo de experiencias? ¿Vamos a resignarnos a los estragos de la pornografía o queremos encontrar otras maneras de relacionarnos y expresar nuestra sexualidad?