Estética de las imágenes y sus representaciones sociales

ente subido a la cabeza: se torna así un asunto del juicio y la decisión.

A todo esto: ¿qué es aquello que se pretende preservar? ¿Por qué se habría de preservar algo? ¿Qué se espera de esa preservación? ¿En nombre de qué valor o de quién se realiza? ¿Cuál es finalmente el estatuto de ese “algo”?

Pongamos por caso la renovación tecnológica de los últimos decenios y sus efectos sobre la apariencia y funcionamiento del museo contemporáneo, además de la primacía, en su interior proceder, de una figura de especialista o experto hasta entonces menor: el curador

El museo puede significar la decisión sobre ese devenir, clasificando, inscribiendo, regulando la fruición y la mirada; o puede ser a la inversa el punto de partida de un devenir otro abierto al azar de los encuentros por venir. Con todas las reservas del caso continuamos haciéndonos buenas preguntas: ¿Quién o qué maquinaria racional y pasional estaría detrás del afán preservador y de su valor de exhibición?

¿Continúa el museo moderno una práctica ya conocida por el anticuario y el coleccionista? ¿Se trata de un mero ejemplo de continuidad? Es probable; pero como quiera que sea el régimen del museo transforma los procesos de coleccionismo en algo más, y no siempre con resultados tranquilizadores. Siendo un museo

Cada pieza es un documento –¿de cultura y de barbarie?–. O se diría más bien cada pieza es un documento de sí misma, un documento de su elaboración sin duda, de un “eso ha sido”, pero un “eso ha sido” configurado, congelado en el instante de autonomizarse de las manos de su productor. Desde luego la pieza o el documento sólo pueden atestiguar por sí mismos, no tienen voz. El atestiguar es dar prueba, ratificar o confirmar que algo ha sido, algo ha tenido lugar. Atestiguamiento a partir de categorías de espacio y tiempo (comunes, hegemónicas). La pieza mientras tanto permanece en su singularidad.

acto civilizatorio. Lo que la civilización decide dejar caer en el olvido es el “mundo de la pieza”, que no es ni completamente interior ni exterior, ni subjetivo ni objetivo totalmente sino que se manifiesta como su vida, su devenir artefactualidad.

La pieza separada de todo aquello que ha sido su mundo es reutilizada, como si fuese un botín de guerra, para enaltecer a su captor: el

se le confiaría además la administración del tiempo colectivo, civilizado y el mantenimiento de la calidad de la mirada, del vínculo entre la pieza exhibida (cultural y artística) y la percepción de la temporalidad o intemporalidad de su vida (aquí cabría preguntarse: ¿percepción de la vida activa o de la vida contemplativa de los objetos considerados como concretizaciones del quehacer de los humanos?).

La civilización tal y como la entendemos ahora es un invento ilustrado

Contra la depredación representada por la figura descalificada del salvaje se erige la conservación a la manera eurocéntrica, parece decir el propio museo en sus salas. Lo cual leído en clave crítica significa: la depredación occidental y la conservación del botín resultado de la depredación occidental son actividades civilizatorias solidarias, se compensan y necesitan mutuamente.