Enseñar también es un trabajo difícil y, probablemente, (aunque en modo diferente) tan creativo como lo es la escritura, pero siempre habrá una clase para sacar lo mejor de un maestro, por lo que no habrá que hacer el mismo esfuerzo para «conectar con» el trabajo en cuestión. El escritor, solo en su mesa de trabajo, tiene que crear su propio impulso, extraer su entusiasmo de su propia esencia, y no solo cuando se siente inspirado, sino día tras día, aunque la inspiración no acuda. Al maestro le sostienen sus enseñanzas, mientras que el escritor se enfrenta a una batalla contra el propio cuestionamiento, la propia duda, el propio conflicto sobre su trabajo. La mayor parte del tiempo de las mañanas a la mesa de trabajo parece tiempo perdido; a la luz clara de la mañana se ven mejor los defectos