Somos infalibles en nuestra elección de amantes, especialmente cuando necesitamos a la persona equivocada. Hay un instinto, imán o antena que nos guía hacia la peor decisión. La persona equivocada es, por supuesto, la adecuada para algo: para castigarnos, intimidarnos o humillarnos, defraudarnos, darnos por muertos o, lo peor de todo, darnos la impresión de que no es inadecuada, sino prácticamente perfecta, para de este modo colgarnos en el limbo del amor. No todo el mundo puede hacerlo.