Jan, un campesino pobre, se casa rozando la vejez y se convierte en padre sin desearlo, pero la criatura que la comadrona pone en sus brazos cambiará lo que le queda de vida, al verse dueño del mayor tesoro del mundo: el amor por su hija. Cuando ella tenga que irse lejos de casa a ganar con su trabajo el dinero necesario para evitar el desahucio de sus padres, Jan se protegerá de la dura realidad refugiándose en la locura: su hija, lejos de tener que prostituirse en la ciudad, es la emperatriz de Portugalia, y él, en consecuencia, es el nuevo emperador.
El emperador de Portugalia no parece una novela y es mucho más que una fábula: es la materia con la que se forjan las leyendas. Publicada en 1914, cinco años después de que su autora se convirtiera en la primera escritora en recibir el Premio Nobel de Literatura, esta obra recoge los ecos del Värmland natal de Selma Lagerlöf en las últimas décadas del siglo XIX. Un mundo rural casi desaparecido a esas alturas, sobre el que la escritora vuelve la mirada para rescatar su mezcla de pobreza, crueldad y sabiduría. El resultado, decía Tzvetan Todorov, es «una de las más bellas narraciones del siglo XX», escrita con la frescura y la maestría características de «la única [escritora] que constantemente se eleva hasta la epopeya y el mito», como Marguerite Yourcenar definió a Selma Lagerlöf.