De esta manera, si el laboratorio fue tradicionalmente un espacio de poder donde la ciencia amonedó verdades biológicas, raciales y sexuales sobre la vida, el peso político, vanguardista, del «arte transgénico» es precisamente martillar las paredes y los axiomas de esos espacios para que se vuelvan accesibles a cualquiera que quiera intervenirlos, porque el arte transgénico profana las verdades enclaustradas en el laboratorio haciendo ready-mades científicos y sabotea el monopolio de la industria de la biotecnología poniendo al servicio de cualquiera sus mecanismos de fabricación.