“Y a conocía a Diego Rivera, el muralista mexicano, mucho antes de encontrarme con los otros “Diego Rivera” que circulaban por el mundo entre principios del siglo XX y finales de la década de los 50. (…) Mientras que sus pinturas de caballete constituyen un amplio corpus dentro de su obra temprana y tardía, sus murales únicos hacen estallar las paredes en una explosión de representaciones de gran virtuosismo cuya organización conmociona la mente del espectador. En esas paredes se juntan el hombre, su leyenda y sus mitos, su talento técnico, su intensa focalización sobre la narración de la Historia y sus convicciones ideológicas propensas a la autoindulgencia.” (Gerry Souter). Gerry Souter, autor del excelente libro Frida Kahlo, hace a un lado su gran admiración por Diego Rivera para darle al artista una dimensión humana, basada en sus opiniones políticas, sus amoríos y su convicción de que “en lo profundo de su ser (…) estaba México, el lenguaje de sus pensamientos, la sangre en sus venas, el cielo azul por encima de su lugar de reposo.”