Irónicamente, el México que había surgido de esos conflictos se adhirió estrechamente a los mercados libres, pero se alejó cada vez más de los aspectos más democráticos del liberalismo: se convirtió en una sociedad que prestaba una enorme atención retórica a la democracia y las garantías individuales, y a la vez aseguraba la paz social mediante un autoritarismo pragmático que permitía la movilidad social a los políticos ambiciosos pero orientaba la política social y económica a hacer de México