El tema de la autobiografía es siempre la definición del yo, pero no es posible la autodefinición en el vacío. Quien escribe narrativa personal, como el poeta o el novelista, debe implicarse con el mundo, porque esa implicación crea experiencia, la experiencia crea sabiduría y al final es la sabiduría –o quizá el movimiento hacia ella– lo que cuenta. «La buena escritura se caracteriza por dos cosas –me dijo en cierta ocasión un talentoso profesor de escritura–: está viva sobre la página y el lector está convencido de que el autor se halla en plena travesía de descubrimiento». El poeta, el novelista, quien escribe narrativa autobiográfica, todos ellos convencen al lector de que tienen un saber y de que, además, están escribiendo con toda la honestidad que les es posible para llegar a lo que saben. El escritor de narrativa personal, aparte de todo esto, ha de convencer al lector de que el narrador es fidedigno. En ficción, un narrador puede ser poco fiable –y a menudo son famosos por ello–, como el de El buen soldado de Ford Madox Ford, el de El gran Gatsby o el de las novelas de Zuckerman de Philip Roth. En no ficción, jamás. En no ficción el lector ha de creer que el narrador está diciendo la verdad. Siempre sin falta, uno se pregunta de la no ficción: ¿es de fiar este narrador? ¿Puedo creer lo que me está contando?