El niño que vive en el entorno creado por el adulto vive en un ambiente no apto para las necesidades de su vida (no solo física) ni, sobre todo, para las necesidades psíquicas de desarrollo y expansión intelectual y moral. El niño sufre las represalias de un adulto que, más fuerte él, dispone de él y lo fuerza a adaptarse a su entorno, con la demasiado ingenua reflexión de que un día deberá vivir allí en carácter de persona social.