Todo lo que se dice se tiene que decir de una forma determinada: con un determinado tono de voz, a una cierta velocidad y con un volumen determinado. Normalmente, pensamos en lo que vamos a decir antes de hablar, pero raras veces pensamos en cómo lo vamos a decir, a no ser que la situación sea muy importante —por ejemplo, en una entrevista de trabajo o en una importante evaluación de rendimiento—.