El Principito

Conozco un planeta donde hay un señor muy colorado. Nunca ha olido una flor. Nunca ha mirado una estrella. Nunca ha amado a nadie. Nunca ha hecho otra cosa que sacar cuentas. Y todo el día repite como tú: «Soy un hombre serio. Soy un hombre serio». Y eso lo hace hincharse de orgullo. Pero eso no es un hombre. ¡Es un hongo!

Si alguien ama a una flor que es única entre millones y millones de estrellas, eso es suficiente para que ese alguien sea feliz cuando la mira y se diga: «Mi flor está ahí, en alguna parte...».

Pero los ojos son ciegos. Hay que buscar con el corazón.

–Sabes... Cuando uno está muy triste, ama las puestas de sol...
–¿Entonces ese día de las cuarenta y tres veces, estabas muy triste?
Pero el Principito no me respondió.

Había una vez un Principito que vivía en un planeta apenas más grande que él y que necesitaba un amigo...» Para aquellos que entienden la vida, habría parecido mucho más certero.
Pues no quisiera que leyeran mi libro a la ligera. Me da

–No es tan pequeño. Mira, se quedó dormido...
Y así fue como conocí al Principito.

No es tan pequeño. Mira, se quedó dormido...
Y así fue como conocí al Principito.

III

–Sólo se conocen las cosas que se domestican –dijo el zorro–.

–Exacto. Hay que exigir a cada cual lo que cada cual puede dar

Entonces te juzgarás a ti mismo –le respondió el rey–. Es lo más difícil. Es mucho más difícil juzgarse uno mismo que juzgar a los demás. Si logras juzgarte correctamente entonces serás un verdadero sabio.