Aunque su obra fue menospreciada por los sacerdotes de la crítica literaria durante muchísimos años, Luis Carlos López [1879–1950] se ha convertido con el paso del tiempo en una figura imprescindible de las letras hispanoamericanas, que sin él quedarían desprovistas de una de las personalidades poéticas más refrescantes y originales de la lengua española. La mayor parte de su vida transcurrió entre las cuatro paredes de Cartagena de Indias, una ciudad que amó y odió entrañablemente y a cuyas plazas, callejuelas, esquinas y “caserones de ventruda fachada” dedicó varias estrofas memorables. Siguiendo las huellas de Quevedo y de Swift, manejó el estilete de la ironía con una sorprendente precisión quirúrgica y renovó, gracias a un estilo inconfundible, el lenguaje poético de su tiempo.