No había derecho a jugar así con la vida de la gente. No estaba bien interferir en las emociones de nadie. Una palabra, una mirada, una sonrisa, un ceño fruncido… afectaban a otro ser humano, producían una respuesta o un rechazo, y se entretejía una red sin principio ni fin que se extendía hacia fuera y también hacia dentro, uniéndose, enredándose, y así, la lucha de uno dependía de la lucha del otro.