“Hay que curar la vida”, dice Antonin Artaud y Javier Galarza continúa: "¿cómo se cura si los diagnósticos más atroces provienen del amor?” Dos autores que no coincidieron en el tiempo, se cruzan en este libro atemporal y poderoso, para abolir los credos y ganar otra fe, la fe de los que arden en preguntas.
Galarza dialoga con los Fragmentos de un diario de Infierno de Artaud y recorre los acontecimientos fundantes de su biografía, los lugares donde se gestó su rabia y los que abandonó para besar los labios de la derrota del mundo.
Ambos escriben, con una lucidez que emociona, sobre cuerpos partidos, cuerpos arrebatados al amor, cuerpos que están del lado de la vida y no de la estadística, cuerpos que representan la fatalidad que los elige. Y no ofrecen respuestas: sólo palabras activas para rebelarse.
Pascar Quignard señala que el hombre no es más que la huella de otro hombre. Esta frase ilumina nuestra continuidad salvaje y que también somos las marcas que dejamos en el otro. Cualquier cosa menos la indiferencia, dice Javier Galarza, y sabiendo que no basta, pide por la dulzura y la escucha, lo infinito de la hospitalidad.