Dabria necesita el calor de su hogar para sanar las heridas que ha dejado su paso por San Petersburgo. Curarse no será fácil, pero los brazos que la arroparán la obligarán a seguir adelante. Pasará de vivir por ella a vivir por ellos.
Por otro lado, Miki no se acostumbrará al paso del tiempo sin ella. Sus días transcurrirán en reuniones con las otras familias e intentará evitar con todas sus fuerzas que la encuentren para acabar asesinándola. Sin embargo, eso es inevitable, pues muchos desean su cabeza.
Como toda guerra, esta conlleva pérdidas. Pérdidas que Dabria no se imaginará y que obligarán a Miki a preguntarse cuánto más aguantará su pequeña, temiendo que sea demasiado para lidiar con una persona que acaba de recomponerse y cuyos pilares están todavía muy frágiles.