La caída del hombre

En el mundo de la psicología se habla mucho de la técnica de «actuar como si»: si uno quiere cambiar sus sentimientos, que actúe como si estos ya hubieran cambiado y el nuevo comportamiento empezará a parecerle familiar y, con suerte, mejor.

La masculinidad es básicamente un constructo de sentimientos condicionados en torno a personas con pene.

En su afán de dominio, los hombres pueden haber descuidado aspectos esenciales de su propia humanidad, sobre todo en temas relativos a la salud mental.

Quien aspira a ser tomado en serio en la vida política, los negocios o los medios de comunicación se viste como un hombre por defecto, con ese traje gris de ejecutivo occidental.

El hombre por defecto ha influido demasiado en la formación de los ideales que hemos interiorizado. Ha moldeado los yoes idealizados a los que todos intentamos no defraudar en versiones que se ajustan a sus necesidades.

El problema es que muchos hombres creen estar siendo totalmente razonables cuando en realidad solo actúan de acuerdo con una agenda inconsciente y sin duda sesgada.

Ha creado una sociedad a su imagen y semejanza, hasta el punto de que así es como se sienten y piensan ahora muchos de los otros grupos.

Esto se debe a que la identidad solo parece un problema cuando se cuestiona o está amenazada. Cuando nuestra identidad funciona a la perfección no somos conscientes de ella; que nos veamos obligados a tomar una incómoda conciencia de nuestro sexo, raza o clase suele indicar que hay prejuicios o deficiencias en el sistema.

Cuando el hombre por defecto se emociona o irrita es por su «naturaleza apasionada», mientras que en el caso de una mujer a menudo se culpa a su sexo.

Para que florezca la igualdad hay que descoser la ideología por defecto del tejido social y ponerla junto a las perspectivas contrapuestas de tal modo que podamos tejer más fácilmente un mundo justo.