En el centro del campo de concentración de Buchenwald, y a unos pasos del crematorio, se yergue el famoso roble de Goethe. Cuenta la tradición que contra su tronco el magno poeta social se sentaba con la señora von Stein a descansar, e inclusive que bajo su sombra escribió la “Noche de Walpurgis” del Fausto. Los nazis, al construir el campo, se negaron a voltearlo; muy por el contrario, lo dejaron en pie como orgulloso símbolo de su cultura e historia, y porque parece ser que, además, ese famoso roble estaba incluido dentro de la “Ley de Protección de la Naturaleza” vigente en ese entonces. Y claro, alrededor de él, casi a partir de él, construyeron uno de los campos más grandes de Alemania. La imagen es tan elocuente y tan tosca que, en un artículo, Joseph Roth escribió: “El simbolismo nunca ha estado tan barato como hoy en día”. Sobre dicho árbol se recuesta, desde mi punto de vista, el Woyzeck de Ricardo Ibarlucía.