Lettie Hempstock me gritaba que parara, pero seguí corriendo, atravesando la granja, donde cada brizna de hierba, cada piedrecita de la carretera, cada sauce y cada avellano brillaban con un resplandor dorado, y corrí hacia la oscuridad que había más allá de la granja Hempstock. Corrí, odiándome a mí mismo por correr, del mismo modo que me había odiado cuando salté del trampolín en la piscina. Sabía que no había vuelta atrás, que aquello solo podía acabar de forma dolorosa, y sabía también que estaba dispuesto a dar mi vida por salvar el mundo.