El día y la noche se encontraron. La tempestad y la calma colisionaron. La luz y la oscuridad se fundieron en él y le hicieron ángel. Le hicieron demonio. Le hicieron equilibrio, justicia y tormenta. Le dieron el poder para redimirse y una armadura para llevar a cabo su última tarea. Forjaron de acero su voluntad y bañaron de amor aquello que era prohibido. Aquello que tanto anhelaba y que ahora tanto teme perder. Sabe que se acerca el final. Que en su mundo la lealtad y el deber pesan más que cualquier cosa y que, pronto, no quedará elección alguna salvo hacer lo correcto. Salvo hacer cumplir el mandato y renunciar a todo eso que su alma implora. A todo eso que su ser, hecho de tinieblas y revestido de luz, pide a gritos desesperados. Ha llegado la hora de escoger y el Guerrero no está listo para hacerlo; porque su corazón la ansía y su deber le exige que acabe con ella. Porque su alma pide a gritos su cercanía y su mente le susurra, cruel y despiadada, que no puede tenerla. Ha llegado la hora de hacer escoger y el Guerrero no está listo para renunciar a ella.