Y entre las diversas afirmaciones teológicas de importancia histórica del Concilio, se indica que Jesús era perfecto en su divinidad y en su humanidad, que era verdadero Dios y verdadero hombre, y que tenía las dos naturalezas, la humana y la divina, sin confusión, cambios, división o separación. Además, declaraba el Concilio, que la distinción entre esta doble naturaleza de Jesús, no fue removida en la unión, y que las propiedades de cada una de esas naturalezas se mantenía inviolable y unida en su persona.