Dentro del heterogéneo campo de la nueva poesía mexicana, la voz de Andrea Alzati ha emergido con fuerza los últimos años, hasta el punto de convertirse en una de las más prometedoras. En sus anteriores poemarios, Animal doméstico (2017) y Algo tan oscuro que no tiene nombre (2018) ha construido, con gran madurez y frescura, un universo verbal dentro del cual la memoria y la introspección cumplen un rol clave en pos de la indagación y testimonio de la extrañeza de lo cotidiano y los lazos familiares, sus temas más recurrentes; sin embargo, y he aquí lo interesante, no a través de una poesía de tipo confesional que confíe en la transparencia del lenguaje, sino desde la utilización de símbolos y alegorías que amplían y densifican los estratos de lo dicho.
En Todos mis quchillos, su libro más experimental a la fecha, Alzati lleva esta estrategia discursiva hasta el límite: por medio del seguimiento obsesivo de las variaciones de un cuadro constituido básicamente por tres elementos (una manzana, una mesa y un cuchillo que, amenazante, sobrevuela la escena) conforma un poema largo dividido en secciones de hipnótico efecto y múltiples interpretaciones no excluyentes (la pérdida de la inocencia, la violencia contra la mujer, etc.), que hace recordar la “espesura de lo real” de la que hablara João Cabral de Melo Neto, cuyo libro El perro sin plumas es una clara influencia.
Asimismo, la presente edición incluye una segunda parte titulada “Cursivas” compuesta por otros poemas inéditos, que con mayor variedad temática, dan cuenta del talento que tiene Alzati sin recurrir a lo conceptual.