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Ian McEwan

Amsterdam

  • Rafael Ramoshas quoted21 hours ago
    nuestra capacidad para «leer» ritmos, melodías y armonías gratas, al igual que la capacidad exclusivamente humana para aprender el lenguaje, nos era dada genéticamente. Según habían comprobado los antropólogos, el ritmo, la melodía y la armonía existían en todas las culturas musicales del planeta. Nuestro oído para la armonía era un elemento «integrado». (Más aún: sin la existencia de un contexto armónico, la discordancia –o ausencia de armonía– carecía de sentido, no era en absoluto interesante.) La comprensión de una línea de una melodía era un acto mental complejo, pero podía realizarlo incluso un niño de corta edad; nacíamos dentro de una herencia, pertenecíamos a la especie del Homo musicus. Definir la belleza de la música debía entrañar por tanto una definición de la naturaleza humana, lo cual nos hacía volver de nuevo a las humanidades y a la esencia comunicativa de la especie.
  • Rafael Ramoshas quotedyesterday
    Era, pues, la segunda vez que estaban juntos. Ella, probablemente, no había cambiado. Pero él sí. En los diez años transcurridos había aprendido lo bastante como para permitir que ella le enseñara algunas cosas. Él siempre había pecado de exceso de vehemencia. Ella le enseñó el sigilo sexual, la esporádica necesidad de la calma. Quédate así, quieto, mírame, mírame de verdad. Somos una bomba de relojería. Él tenía casi treinta años (su desarrollo había sido tardío, según las pautas actuales). Cuando ella encontró un sitio donde vivir y se puso a hacer las maletas, Clive le pidió que se casara con él. Ella le besó, y le citó al oído: Se casó con ella para evitar su partida. / Hoy la tiene delante todo el santo día. Y tenía razón, porque cuando Molly se marchó él se sintió más feliz que nunca al quedarse solo, y escribió Tres cantos de otoño en menos de un mes.
  • Rafael Ramoshas quotedyesterday
    La temperatura, en el centro de Londres, era aquel día –11º. Once grados bajo cero. Había algo gravemente erróneo en el mundo cuya culpa no podía atribuirse a Dios ni a su ausencia. La primera desobediencia del hombre, la Caída, una figura que se desploma, un oboe, nueve notas, diez notas. Clive poseía el don del oído absoluto, y podía oír aquellas notas descendiendo desde el sol. No necesitaba ponerlas por escrito.
  • R Güemeshas quoted2 years ago
    hora era la música lo que importaba, la prodigiosa mutación del pensamiento en sonido.
  • R Güemeshas quoted2 years ago
    tuvo de pronto la impresión de que el primer cometido policial no era sino lidiar con las innúmeras e impredecibles consecuencias de la pobreza, que era lo que aquellos hombres hacían con bastante más paciencia y menos remilgos de lo que él jamás había sido capaz pese a sus buenas intenciones
  • R Güemeshas quoted2 years ago
    tuvo de pronto la impresión de que el primer cometido policial no era sino lidiar con las innúmeras e impredecibles consecuencias de la pobreza
  • R Güemeshas quoted2 years ago
    A veces les sucede a quienes rumian en exceso alguna injusticia: que el gusto por la venganza se alía muy oportunamente con el sentimiento del deber.
  • R Güemeshas quoted2 years ago
    se sentó ante la partitura manuscrita –aquellos trazos eran de alguien más joven, más seguro de sí mismo, con más talento
  • R Güemeshas quoted2 years ago
    para darse una vuelta por la casa, cual antropólogo de su propia existencia
  • R Güemeshas quoted2 years ago
    determinación de ponerse a trabajar. Llegaría un tiempo en el que nada quedaría de Vermin Halliday, y en el que de Clive Linley quedaría su música. El trabajo, pues, un trabajo callado, deliberado, triunfante, constituiría una especie de desquite. Pero
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