Los idilios salvajes. Ensayos sobre la vida de Octavio Paz

Cierto, vivir es una condena pero asimismo es una elección, es determinismo y es libertad. En el encuentro de amor los dos polos se enlazan en un nudo enigmático y así, al abrazar a nuestra pareja, abrazamos a nuestro destino. Yo me buscaba a mí mismo y en esa búsqueda encontré a mi complemento contradictorio, a ese tú que se vuelve yo: las dos sílabas de la palabra tuyo...

También mi frente es sol
de pensamientos negros.

Hay un comentario sobre Gabriela Mistral en el que Paz se refiere a esa colina:
la montaña es terrible porque es tiempo petrificado, inmensa forma quieta en cuyas entrañas duerme y sueña un mundo primordial: agua y metales, piedras y fuego. Lejana e imponente, la montaña de pronto se vuelve maternal y se convierte en colina pacífica (3, 173).
Es una colina autogenerada, aquella que por surgir de las aguas primordiales –abrevia Joseph Campbell– “es la semilla del universo”.

En tanto que metáfora, “piedra de sol” no pasa de leerse piedra como joya, como es natural: Paz llama al rubí “piedra preciosa, piedra solar” (2, 256). Pero aun como metáfora de joya, un objeto sensible cargado de significación invisible, se recarga de poder analógico: “piedra de sol” señala la correspondencia entre la luz de arriba y la materia de abajo, entre el fuego y la tierra, lo luminoso y lo oscuro, lo vivo y lo inerte, lo vasto y lo diminuto.

Un problema esencial que enfrenta “Estrella de tres puntas” –y que luego será objeto de extenso análisis en El arco y la lira (1956)– es la naturaleza de la inspiración. “Ningún escritor negará que casi siempre sus mejores frases, sus imágenes más puras, son aquellas que surgen de pronto en medio de su trabajo como misteriosas ocurrencias”, había escrito Paz un par de años antes, cuando se preparaba para el gran de pronto que dio origen a Piedra de Sol con sus cinco endecasílabos y medio:
un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado, mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre:
Paz narró varias veces, en diferentes épocas, la índole de ese de pronto que le dio los versos ya con su medida, ritmo y musicalidad. No son nuevas ni las imágenes ni sus significaciones, que llevaban buen tiempo merodeando por su imaginación: el surtidor, el árbol de agua y el río eran frutos ya bien conocidos, la cosecha de las semillas para un himno que había sembrado Bona unos años antes, en 1953.

Cuando Paz le escribe a José Bianco en 1964 y le confiesa “estoy –estuve, estaré– enamorado” no juega al retórico, sino que proclama una fe: enamorarse es el verbo que, en sus diferentes tiempos, nos hace Verbo.

Demasiado lejos, desde hace años
El deseo lo inventa,
lo avivan los ayunos y las laceraciones,
los celos lo espolean,
la costumbre lo mata...
O. P.

Paz experimentó hondamente la emoción que Cesare Pavese cifró en su famoso título (póstumo) de 1951: “vendrá la muerte y tendrá tus ojos”.

Una noche Rosalía se hizo mujer. Es encantadora la ristra de eufemismos para relatar el ingreso: “estalló la soberana rosa de sangre”, “regó de amapolas de sangre las sábanas”. Comenzó a sentir “la atracción sexual, fuerte, imperativa, arrolladora” de la mujer hacia el hombre, pues
un hombre y una mujer no son uno y uno; son medio y medio; y el proceso que se abre durante la atracción de estas mitades para formar un todo es la eterna historia de amor de todos los humanos (p. 20).

Bitácora del viaje a través de la mujer hacia la Mujer, con sus apoteosis y sus descalabros, la poesía de Paz es un diálogo con su poderío creador y un descenso a las entrañas de su fuerza funeral; un canto de sus fastos y un treno ante sus nefastos:
Abrir las puertas de la comunión con los hombres y con el cosmos. Creo que el erotismo y, sobre todo, el amor puede también darnos esta posibilidad de comunión. Todos los enamorados sienten de pronto que se separan de la sociedad para unirse con el cosmos y así ser parte de una realidad más vasta que ellos.