Tenía catorce años cuando mi madre se enfermó. En una semana se le hicieron visibles todos los huesos y todas las venas del cuerpo. Su piel se volvió amarillenta. Su mirada se detenía en cualquier punto. Le supliqué que no se muriera. Se lo pedí por lo que más quería. Pero, unas semanas después, murió.
Fue como si se hubiera esperado a terminar de criarm