A la mayoría de los prisioneros de la Torre los sacaban al exterior para ejecutarlos, pero a pesar de ello todavía quedaban muchas desapariciones sin explicación. La silueta de la barba de Abbott se posó en la piedra pulida como aquella imagen de Iván el Terrible en la película de Eisenstein. «Había que llamar a la policía cada vez que alguien intentaba plantar un rosal», me contó. «Siempre aparecían restos humanos, así que hace ya un tiempo que decidimos excavar una zona amplia y acabar con esto de una vez por todas; se reunieron una tonelada de huesos, más o menos, y se les dio cristiana sepultura».