«A sus tres años Isabel Coixet aprendió una lección: la pantalla y la vida son dos mundos que colindan aunque no se comuniquen. De ese temprano aprendizaje proceden los textos comprendidos en Te escribo una carta en mi cabeza. Porque podríamos decir que la niña crece, pero algo –o mucho— queda de ella, siempre alerta, sentada en esa butaca que ya nunca abandonará y desde ahí, todo oídos, los ojos bien abiertos, atraviesa la realidad de la mano de las cartas que le va escribiendo. Enamorarse del mundo tiene que ver con una renovada capacidad de sentir asombro, y es ese estado de permanente curiosidad el que hilvana estos textos en los que Coixet comparte su búsqueda de la singularidad –a veces llamada belleza— y la encuentra en las cosas aparentemente más corrientes: una buena comida, los cafés pendientes, su amor por las gafas, el vestido rosa de Greta Garbo, o la lluvia, que ya no es como la de antes. Son, pues, estos textos algo así como contraindicaciones, una invitación a cambiar de opinión, alejándonos de lo rotundo y del espejismo de las seguridades». _ Laura Ferrero