Cuentos

Cuando el alga rebotó por última vez contra la piedra ablandada, Luis Keeler se fue hundiendo en el sueño.

El alga clamaba por la monarquía del sueño interminable.

Vio como la uniformidad marina se abría en un remolino somnoliento, vislumbró un alga verde cansado, gris perla, adivinanza congelada, secreto que fluye.

En el centro de la pecera se ven flotar, diminutos, otra docena de guerreros romanos.

La ola es el monstruo que busca el tazón de alabastro cuando dos manos viajeras deciden desembarcar a la misma hora.

Verde de luna palustre, adivinando verdor de juncos enlunados.

Luis sentía la humedad invisible en su paseo con Armando.

Los cabellos le desobedecían, huían, como si aquél no fuese el sitio indicado para su sueño, rehusando el dominio de la mano que no reconocían como suya.

Las huidas del colegio son el grito interior de una crisis, de algo que abandonamos, de una piel que ya no nos disculpa.

El paisaje estrenaba una apariencia distinta frente al estilo o la manera distinta de las miradas.