Suspiré pensando que esas eran las tierras de Lynton, la dote de Rebecca, más bien, y que allí estaba ese árbol. Quién sabe cuánto llevaba ahí de pie y quién sabe lo que ha visto, lo que ha sentido; me acordé de mi abuela, de unas categóricas afirmaciones de que «la esclavitud aquí no era dura», ¿era una esclavitud buena? ¿«Mejor»? Quizá los parámetros del sur de Estados Unidos, de Jamaica, de Brasil y de Haití en sus peores días podrían permitir una afirmación triste como esa. Tomé una foto del palo, un acercamiento de las espinas, así me lo apropié para verlo ahora de nuevo, tantas veces como necesite. Es una ingeniosa ironía, pienso, que a lo más oscuro se le pueda dar la vuelta de esa forma, que lo que más hiere es también lo único que cura.