Ante esa circunstancia poco alentadora, David pudo desmotivarse y renegar diciendo: «¡Esto no es un castillo y estas personas no son el séquito que esperaba!». Sin embargo, no lo hizo. ¿Nosotros qué hubiéramos hecho en su lugar? Seguramente hubiéramos dudado del profeta, nos hubiéramos deprimido asegurando que todo lo dicho sobre nosotros era mentira porque no se veía nada claro. La promesa para David era ser rey, pero en esa cueva fría, oscura y húmeda que seguramente olía mal, rodeado de hombres rechazados, sin duda barbudos, sucios, sin bañarse, él no se sentía como un futuro monarca; a pesar de lo que sus sentidos percibían, puso su mirada en el objetivo dado por Dios. Parece increíble, pero así fue.