“Nos ven como payasitos de circo”, me dice Araceli Rodríguez. “O ni siquiera nos ven porque así creen que no les va a pasar”, suspira. Su hijo Luis Ángel, policía federal, desapareció con seis compañeros y un civil y desde entonces no ha dejado de buscarlos a pesar de haber hablado con sus victimarios y haberlos escuchado contar cómo los balearon, los descuartizaron y los disolvieron en ácido. Lo que quede de ellos, me dice, merece cristiana sepultura.