Si la ciudad fuese una casa (que, por supuesto, no lo es), el río no sería su jardín delantero, su fachada, un espacio de recepción. Ni tampoco, por así decir, su parque. Sería lo que es: su patio de atrás. Su reserva de cachivaches, el reducto para lo arrumbado. La parte que nadie mira. La parte en la que nadie se fija. La parte a la que hay que dar la espalda. O también, ¿por qué no?, la espalda. La espalda misma.