eto se vuelve de hecho una especie de cápsula impenetrable, y esto porque, como ya lo hemos visto, algo en él continúa empeñado en determinado mundo físico e interhumano, tendido hacia su contexto pese a las deficiencias que la patología pueda estar acarreándole. Puedo, sí, renegar de mi cuerpo, enemistarme con él, y sin embargo continúa siendo el vector de mi facticidad. Porque un mundo impera siempre, aun cuando la enfermedad fuerce al sujeto a extrañarse de aquello que le parece más entrañable. Y esto es algo que podemos apreciar incluso en la angustia, que, a pesar de tener en la nada su factor desencadenante, no es más que un modo intensificado de experimentar «el inconveniente de haber nacido».