Se extiende por el mundo una nueva forma de activismo social. En los últimos años hemos presenciado las revueltas árabes, las filtraciones de secretos de las embajadas de EE UU y los gobiernos de todo el mundo a través de Wikileaks, las acciones del colectivo de ciberatacantes Anonymous contra compañías como Visa o Amazon o la campaña electoral basada en redes sociales que llevó a Obama a la presidencia de Estados Unidos. Con la popularización de las redes sociales la gente tiene a su alcance unas poderosas herramientas para protestar contra los gobiernos, los políticos o las grandes empresas. Lo que hasta hace escasos años era privilegio de los pocos expertos que manejaban Internet, se está democratizando con las nuevas herramientas y la simplificación de la capacidad de emitir mensajes y relacionarse rápidamente con otras personas, sin importar la edad, el sexo, la religión o el lugar del mundo en el que se encuentran. Cualquiera puede ser un cabecilla o puede apoyar con facilidad un movimiento, la difusión de una idea que comparta o con la que no esté de acuerdo. Mientras, los poderes clásicos asisten con estupefacción a un mundo en el que el “control” sobre los clientes, lectores, espectadores y trabajadores se les escapa de las manos.