Solo hacía falta ver con qué cara de reproche lo observaba mientras el chaval jugaba al fútbol, o cómo no le había hecho caso cuando Ben le dijo que había ganado el último torneo de ajedrez, o cómo intentaba convencerlo para que fuera alguien distinto. A Beth la sacaba de quicio y le partía el corazón al mismo tiempo, pero para el niño era peor. Durante varios años había intentado complacer a su padre, pero el esfuerzo únicamente había conseguido dejar al chiquillo completamente exhausto.