No hay mirada más torpe sobre la escritura de poesía que aquella que pretende marcar distancia; la que finge desde una esquina, a escondidas, que no va a involucrarse; la que sueña con que no se perciba la autobiografía entre sus versos. No hay libro, si lo es, que nazca huérfano.
Desde el lirismo de la poesía de la experiencia y sin miedo al Yo, Luis Aguilar reflexiona ahora –en un giro peculiar de sus temáticas y obsesiones escriturales— sobre la moda de la poesía reclamada por la competencia de los proyectos, las subvenciones y la corrección política, reclamando abrir los linderos que ahogan una poética congestionada en los libros monotemáticos y, arriesgado como suele, lo hace desde un libro monotemático: crítico, autocrítico y por momentos delirante. En plena madurez creadora, el poeta cuestiona si no ha de descubrirse que el fuego quema porque la llaga arde; si una lectura es suficiente para escribir sobre la enfermedad, el amor o el miedo.