Alegría

Pensaba que era su forma de acompañarlo, de decirle: no estás solo en ese mundo tenebroso que te tocó.

pero había que hacer planes. Los planes salvaban. Organizaban los días en estantes imaginarios, todos en fila como adornos pequeñitos.

Pobrecita, no sabes que la amabilidad es una forma de machismo». La hacía sentir insignificante.

Todos sus pensamientos eran negros como la tinta, como el cielo de esa noche.

Siempre lo decía ante otras personas. A Jairo no lo provocaba, no lo contradecía, apenas si le hablaba para informarle cosas puntuales como que la comida estaba servida, que hacía falta leña o leche o un buen cachetazo para Yoli,

Variaba el modelo del carro —Mazda, Renault, Chevette—, nunca variaba el color —rojo—. Ni el fantasma: una mujer alta, curvilínea, de pelo amarillo fulgor que contrastaba con la noche.

que más le costaba de ese deseo era justo eso: la conciencia de que se trataba de un deseo y no de un don. Quienes sí tenían el don, encajaban en cualquier hendidura con el solo hecho de apersonarse.

tendría que llamar a Yoli, la hija de los caseros, para que les abriera la tranquera y le avisara a Jairo (el papá de Yoli se llama Jairo)

Cuando Ana y sus hermanos eran chicos, se pasaban allí todos los fines de semana. Cuando crecieron ya no quisieron ir, preferían quedarse en la ciudad con sus amigos.

ueblo.

(El nombre completo de Ana era María Ana, pero en aquel tiempo el María le parecía soso,