Esto es precisamente lo que hace el arte, y también lo que hace el amor en nosotros. El amor romántico es un amor sexual, y no podría no serlo. Cuando nos enamoramos, amor y deseo son inseparables. No sólo amamos a «una persona», signifique eso lo que signifique, sino que amamos a la totalidad de esa persona, su alma y su cuerpo. Estar enamorado de una mujer o de un hombre quiere decir estar enamorado de la persona y de su cuerpo. Sin embargo, a través del amor, este amor físico se espiritualiza. Sentimos amor por nuestros padres, por nuestros hijos, por nuestros amigos, pero no nos pasaríamos horas mirándolos: no amamos sus ojos, su piel, sus labios. Lo extraordinario del amor romántico es que a través de él logramos trascender la carne y llevarla a lo invisible. No, no se trata de olvidarse de la carne o de renunciar a ella, tal y como hace el monje, sino de unir en nosotros «el espacio que hay entre dos contradicciones» y comprender que la belleza que vemos con nuestros ojos es la forma exterior de una belleza invisible.
Cuando examinamos la obra de los místicos, encontraremos siempre en ellos una excepcional capacidad imaginativa, es decir, una libido hiperactiva. Tomemos el ejemplo de nuestro mayor místico, San Juan de la Cruz. Sus tres grandes poemas, el «Cántico espiritual», la «Noche oscura del alma» y «Llama de amor viva» son apasionados cantos de amor erótico, poesía de los sentidos y de la belleza, de la naturaleza y la pasión. El «Cántico», su obra maestra y la obra central de la poesía en español, describe el encuentro amoroso de una mujer que busca a su «esposo» a través de la naturaleza, realiza actos de brujería (intenta descubrir el rostro amado en una fuente o en un espejo), se transforma en un pájaro mientras él se transforma en un ciervo, y se encuentra con el amado en una cueva, en un huerto, en una bodega, donde se entrega a él. Come y se recrea y bebe y se embriaga y pierde todo pudor y camina desnuda sin importarle lo que pueda pensar nadie. Vuela, remontándose por las alturas y