Amor mío, ¡no puedes sospechar el hastío que siento en Dublín! Es la ciudad del fracaso, del rencor y la desdicha. Anhelo marcharme de aquí.
Pienso constantemente en ti. Por la noche, al acostarme, es una verdadera tortura. No voy a escribirte en esta hoja lo que llena mi pensamiento, la locura del deseo. Te veo en un centenar de posturas, grotesca, vergonzosa, virginal, lánguida. Querida, cuando nos reunamos, entrégate a mí con plenitud. Todo esto es sagrado, oculto para los demás, debes darte a mí libremente. Deseo ser el dueño de tu cuerpo y de tu espíritu.
Hay una carta que no me atrevo a ser el primero en escribir y sin embargo espero que algún día tú lo hagas. Una carta sólo para mis ojos. Quizás tú la escribas y así se mitigue la angustia de mi espera.
¿Qué puede pasar ahora entre nosotros? Hemos sufrido y hemos sido puestos a prueba. Se ha desvanecido todo velo de vergüenza o desconfianza entre nosotros. ¿Acaso veremos cada uno en los ojos del otro las horas y horas de felicidad que nos esperan?
Nora, adorna tu cuerpo para mí. Cuando nos encontremos debes estar hermosa y feliz, enamorada y provocativa; llena de recuerdos, llena de deseo, ¿Recuerdas los tres adjetivos que utilicé en «Los muertos» al hablar de tu cuerpo? Eran estos: «musical, extraño y perfumado».
Todavía laten celos en mi corazón. Tu amor por mí debe ser intenso y violento para que olvide completamente.
Nora, no permitas siquiera que pierda el amor que te tengo. Si pudiéramos seguir de esta manera juntos en la vida, podríamos ser muy felices. Déjame amarte, Nora. No mates mi amor.
Te llevaré un pequeño regalo. Todo es idea mía, y me ha costado mucho hacerlo como deseaba. Pero será siempre un recuerdo de estos días.
Querida, escríbeme y piensa en mí.
¡Qué representa una semana o diez días comparado con todo el tiempo de alegría que nos espera!
JIM